sábado, 13 de diciembre de 2014

No existe peor pobreza material - me urge subrayarlo-, no existe peor pobreza material, que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo. 
El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima de las personas, si el beneficio es económico, sobre la humanidad o sobre la persona, son efectos de una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.
Hoy, al fenómeno de la explotación y de la opresión se le suma una nueva dimensión, un matiz gráfico y duro de la injusticia social; los que no se pueden integrar, los excluidos son desechos, “sobrantes”. Esta es la cultura del descarte y sobre esto quisiera ampliar algo más. Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no, la persona humana. Sí, al centro de todo sistema social o económico tiene que estar la persona. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores.
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